Tengo en mis manos el catálogo de la exposición que Armando Pérez muestra en el Grupo Li Centro de Arte en Altamira, Caracas, para invitamos a apreciar su más reciente obra pictórica y a compartir con él y con su esposa Esther Ojeda los gratos momentos de cordialidad y goce estético que son propios en eventos de este tipo. Un representativo número de valencianos y capitalinos nos reunimos el día de la inauguración el 6 de Abril para compartir con ambos artistas residenciados en Paris una amistad que no ha perdido sus vínculos con Venezuela ni su estrecha relación con la cultura carabobeña. La exposición muestra las últimas tendencias de Armando: las máscaras y personajes sin rostro que son el lenguaje plástico que aborda para expresar la interioridad del otro “yo”, la identidad perdida o la disolución del ser en el anonimato social. La guía muestra que son 40 cuadros realizados en acrílico bajo el título Enigmáticas.
La máscara es una figura enigmática que esconde una personalidad detrás de ella, 1a profundidad de unos ojos que parecieran mirar en el vacío, sin expresar emoción ni sentimientos, huecos por dentro para dejar pasar la interioridad del personaje que se adivina oculto tras la careta. Concebidas como formas colocadas en un espacio sin límites de tiempo, ellas tienen la intemporalidad de lo impalpable porque, aún tocándolas, no logramos reconocerlas. Ayer, hoy o mañana son nociones que escapan a la intención del artista cuando pinta figures sin rostro, con la sonrisa suave esbozada con ligeros trazos y la mirada perdida en lontananza A propósito de esto apunta el crítico de arte francas, Gastón Dielrl: “A través de las ilusiones figurativas continúa efectivamente la búsqueda de un mundo interior.
Aunque natural de Sanare, estado Lara, Armando desarrolló su carrera artística en Valencia En los años 1949 al 55 fue alumno y más tarde en 1965 profesor de la Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena’ . Fue miembro de la Comisión de Artes Plásticas del Ateneo de esta ciudad y Director de Actividades Culturales de la Universidad de Carabobo a finales de los 60. Consecuente con la participación en el Salón de Arte “Arturo Michelena’ obtuvo el máximo premio en el año 1961 con el óleo “Figuré’, que representa a una mujer desnuda sentada con un vaso en la mano, de colores pasteles en los que predomina el rosado con tracas sueltos pintados al fondo que le imprimen dinamismo al cuadro. En esa obra se advierte que la mirada de la mujer se fija en el vacío y la postura quieta expresa la negación de todo deseo, la espera tranquila de un porvenir incierto, reflexión que desde ese entonces parecía inquieten al artista Más adelante incursiona Armando en las tendencias abstractas que se desarrollaron en la plástica nacional, ensayando el informalismo y los efectos cromáticos para estudiar con más detenimiento las formas geométricas y las composiciones regidas por la simetría del ángulo y del círculo.
A partir del año 1968 se residencia en Parir, ciudad que le ofrece la oportunidad de estar al lado de los grandes creadores en una época en que el Constructivismo y el Cinetismo revolucionan les artes plásticas. Sigue cursos en la Escuela del Louvre y en la Universidad de Vincennes. Participa en numerosos festivales de Arte y en exposiciones colectivas e individuales, viajando intensivamente de uno a otro país, siempre con un pie en Venezuela y otro en Parir, para mostrar su producción artística que nutre continuamente con nuevas búsquedas emprendidas con sentido humanista, por lo que no abandona la figuración pese a su inclinación por la pintura abstracto geométrica. Armando ha recibido numerosos reconocimientos, tanto nacionales como internacionales, entre los que destaca el “Premio Montecarlo” en el XVI Cuan Premio Internacional de Arte Contemporáneo, Principado de Mónaco, que le entregó el Príncipe Rainer III en el año 1982.
Formas geométricas encuadradas perfectamente dentro de la bidimensionalidad del cuadro, las máscaras de Armando Pérez están suspendidas en el espacio sin escaparse de él para atrapar la atención del espectador que las mira a la distancia, tratando de descifrar el enigma de su sonrisa plácida que, a decir de los críticos, encierra sin embargo una gran soledad. Incertidumbre del ocaso de un siglo, pérdida de la identidad ante la masificación que trata de unificar los hábitos y los gustos imponiendo un patrón común. Figuras sin rostro que avanzan moviendo las piernas y los brazos trazados con volúmenes precisos que se salen de un plano para meterse en el otro como un recurso pictórico que Armando utiliza para impartir el movimiento. Lo figurativo le da calidez a la obra, lo geométrico la desnaturaliza.
Afincando un color, aclarando el otro, disolviendo las tonalidades, entiendo pigmentos para luego diluirlos en expresivos contrastes logra el pintor las sugestivas transparencias que le dan la nota lírica a sus figuras, en las que el paisaje se manifiesta en un segundo plano en la geometría en que divide el espacio pictórico. A veces es apenas una referencia lejana en la que aparecen unas nubes, un cielo y algo que se asemeja a unas montañas. Más que el paisaje le atrae la forma humana despersonalizada en el anonimato de un rostro oculto tras la careta o de un cuerpo sin cara, ensanchado en el vientre y en los muslos. En las máscaras se aprecia mejor la precisión de la línea, la división del cuadro en parcelas que se entrecruce Contraste, color, ritmo, armonía construida con planos y volúmenes conforman la producción artística de Armando que fluye de su particular manera de explorar el universo de las formas, símbolo de lo aparente, reflejo de una angustia vital traducida en la imaginería fantástica que puebla su mundo, al que nos permite acceder en cada nueva exposición.
Publicado en El Carabobeño el día 25-07-97