Desde la cima se otea el valle del Lago de Valencia. Era el asombro, la maravilla, la naturaleza virgen para asentar fundos y lentamente ser ciudad, comenzar a vivir, ‑ escribe Fritz Kuper como un viajero más de la población que el recorrió desde niño al lado de su padre, con los ojos bien abiertos para verla en toda su vastedad y captarla en su dimensión histórica Con cariño filial relata Kuper que su progenitor lo llevó de la mano y le transmitió el sentimiento por el terruño y uno de sus deseos permanentes de poder contar en dibujos la historia de la ciudad.
Lo que soñaron padre a hijo hoy quedó plasmado en el hermoso libro “Imágenes de Valencia”, en el que resalta la menudencia del trazo para destacar los contornos, todos realizados en plumilla, arte que domina nuestro autor como fino observador de los detalles que le dan forma a las colas, desde las naturales como las delgadas hojas de los árboles, hasta los gruesos muros de las casas coloniales hechas con piedra y arena. De solo verlas, se sienten las texturas realzadas en el claroscuro de las superficies y se hunde la mirada en las profundidades del rio Cabriales, que el pintor describe como bañado en sombras y claridades, con la maestría del que domina la pluma en blanco y negro para obtener matices que, más que verse, se adivinan en la finura de las líneas.
Para conmemorar los 50 años de la Sociedad de Amigos de Valencia, hizo posible el Alcalde Francisco Cabrera Santos, en representación de la municipalidad, el anhelo de la institución de recoger en un libro ilustrado la historia de Valencia, no como una cronología de hechos sino la representación de su paisaje y de su conformación urbana, caracterizada por ciertos elementos que la definen: el lago, el Cabriales, las casonas patrias, el Monolito y el Puente Morillo. A punta de plumilla y con breves textos recorre Fritz Kuper la ciudad del pasado y del presente, porque si muchas edificaciones fueron derrumbadas en nombre de un progreso mal entendido, otras permanecen desafiando el empuje de la urbe, que día a día crece pujante, expandiéndose hacia un futuro promisor de nuevas hazañas.
Así como los maestros de obra del pasado construyeron las edificaciones en piedra, para que vencieran el paso del tiempo, por lo que aún permanecen las vetustas casonas que fueron testigo de tantas historias, así nuestro artistas afincó la pluma en el papel para trazar los rasgos más sobresalientes de la ciudad, dejándonos para la posteridad el gusto de hojear las paginas del libro “Imágenes de Valencia” y recrearnos en su contemplación, cuando en la tranquilidad de nuestras casas sintamos la necesidad de trazar un recorrido por sus calles y recodos más queridos.
Algunas de las construcciones que aparecen en esta publicación ya no existen en el presente, porque son parte del patrimonio histórico y arquitectónico que desapareció en las horas funestas de la barbarie destructora del pasado, que pasó por tantas manos que ni siquiera se sabe quienes fueron los verdaderos culpables de acabar con pedazos de nuestra historia. Así sucedió con el Palacio Municipal que estuvo situado en la esquina de la Plaza Bolívar, “derribado en mala noche, sin justificación alguna, para devenir en árido solar”, anota Kuper al desplegar en doble pagina la majestad del viejo edificio.
Otra es la antigua avenida Camoruco con sus altísimos arboles emblemáticos, lugar por el que desfilaba la ciudad entera en una época en que las personas se desplazaban mucho más a pie que en carro, por lo que la ciudad era más sosegada y silenciosa. También desapareció el Mercado Municipal ubicado en el centro de Valencia, que nuestro autor rescata del olvido trayéndonoslo a la memoria con su fina plumilla, rememorando todo el movimiento de gente que se reunía alrededor del comercio de los alimentos. La Estación Alemana de trenes a orillas del Cabriales y la Estación del Ferrocarril inglés que el pintor dibuja con la meticulosidad del que grabó las imágenes para transmitirnos sentimientos de añoranza por tiempos pausados, en los que los viajes eran algo corriente pero se programaban con mucha anticipación, sin las premuras obligantes de hoy, sino mas bien dejando que la vida tomara su propio ritmo. En los dibujos, el pintor recrea esa atmosfera de tranquilidad tan característica de la Venezuela de principios de siglo.
Por su calidad artística y por la serie de ilustraciones que recoge, esta obra es un regalo visual para el recuerdo y el agrado de poder tener a la ciudad histórica en nuestras manos, para repasarla y recrearnos con ella en las tranquilas tardes de las nostalgias recurrentes, porque los libros tienen la virtud de ser duraderos y de estar siempre a la mano para ofrecernos el deleite de su lectura y de su contemplación.
Publicado en El Carabobeño el 11-07-2000
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