24 abril 1994

Rescatemos el Centro de Valencia



El cronista de Valencia, Guillermo Mujica Sevilla, en articulo publicado en este medio “Valencia la ciudad de los escombros” manifiesta su preocupación por la sistemática destrucción a que ha sido sometido el casco urbano de la ciudad con el derribo de casas y construcciones antiguas, los terrenos abandonados, los antiestéticos postes de luz con los cableados colgantes, los buhoneros, autobuses y suciedad. Un cuadro demoledor para una ciudad de tradición histórica y cultural. Cita Mujica Sevilla la acción ejemplarizante que en el sentido de lograr la conservación del centro de Montalbán anima la cronista de esa población, Mary Acuña Parra, haciendo valer la Ordenanza Municipal de una manera categórica. la ley en este sentido es mas fuerte que la espada cuando se le aplica con vigor.

Es por tanto que el slogan “Rescatemos a Valencia”, diseñado por la Alcaldía para demostrar públicamente que se capa del mantenimiento de la ciudad, debería ser utilizado, sin parapetos es letreros. para detener ordenanzas que hagan cumplir, la destrucción de la zona colonial, suspendiendo de una vez por todas el otorgamiento de los permisos que ve dan para derribar casas viejas con el fin de construir en esos terrenos en esos terrenos edificios modernos que rompen con la fisonomía de la ciudad antigua o, peor aún, dejarlos como tierra de engorde para futuros desarrollos, mientras el centro de la urbe se desmorona a pedazos y va perdiendo todo vestigio de su pasado.

En el centro de Valencia, como el de casi todas las ciudades de Venezuela, es una representación de los viejos pueblos españoles, con el trazado cuadrangular de las calles estrechas hechas para los vehículos de tracción animal, sin imaginar que en el futuro las recorrerían esos enormes autobuses ruidosos y contaminantes, que rompen el pavimento, trancan el trafico y ensucian el ambiente. La Plaza Bolívar es el corazón de la ciudad. Antiguamente la Plaza Mayor era el sitio del pueblo para las tertulias y los corrillos políticos, al frente de la Catedral y del Ayuntamiento.

En los escenarios de la Plaza mayor de Caracas, hoy Plaza Bolívar, se gesto nuestra independencia. La de Valencia continua siendo centro de los actos trascendentales de nuestra nacionalidad. Solo que la sede del Ayuntamiento ya no esta en su lugar original porque fue derribada con la complicidad de ediles en función de intereses mercantilistas, desgarrando con ello el corazón de la ciudad. Es posible que la estatua del padre de la Patria, debe lo alto del Monolito, derrame una lagrima o fuerza una mueca de ironía cada vez que los vasallos de la política le ofrezcan coronas, a la vez que hacen pactos insinceros con los ideales patrios. La construcción del tipo de vivienda colonial española ya no se hace. No se justifica ese estilo en estos tiempos. Las que tenemos con sus muros de mampostería y sus ventanales de hierro formando fachadas rectas algunas todavía con sus techos de caña brava y sus aleros de tejas, los zaguanes y los patios internos son parte de nuestro patrimonio histórico y representan nuestra identidad. Ellas son el reflejo de una época, de un modo de vivir, de unas costumbres lejanas en el tiempo, portadoras de una herencia común formada en el crisol del cruce de dos razas. Su conservación es necesaria para mantener su memoria, imaginando el tiempo pasado a recorrer las calles y tocar sus paredes, trayendo a nuestra mente esos relatos que leímos en los libros de escuela y mas tarde continuamos repasando con pasión nacionalista.

Ciudades como Coro o Carora han hecho de sus zonas coloniales museos vivientes, respetando la zonificación y el uso, no permitiendo construcciones que rompan la armonía n alteren la arquitectura de la época. Calles empedradas, casas bien mantenidas, museos, centros históricos y culturales son elementos apropiados para dejar espacio a la contemplación y la reflexión, alejados del bullir de la urbe que progresa hacia sus cuatro puntos cardinales, dejando su centro vital intacto. Los que hayan visitado la isla de Puerto Rico habrán visto como, aun cuando ese país ya no es soberano, puesto que paso a ser un Estado Libre Asociado de los Estados unidos de Norteamérica, conserva sin embargo su centro colonial bien retocado y es incluso un atractivo para los turistas y una reliquia para los nativos.

No es detener el avance de una ciudad, ni una acción reñida con la modernidad, pedir que lo antiguo se conserve, en tanto represente un patrimonio histórico cultural. Como los viejos árboles que forman anillos con céntricos a medida que maduran y ellos son los signos inequívocos de su edad. Las ciudades deben crecer a partir de su centro sin dañarlo, guardando en ello los signos que alientan el porvenir.

Nos hemos acostumbrado a pensar en términos económicos o prácticos y pareciera que el valor comercial de la tierra  puede ser mas que otras consideraciones de tipo patriótico, espiritual o sentimental. Por eso los centros urbanos de nuestras principales ciudades han perdido su encanto natural y se han transformado en urbes modernas, sin identidad cultural, en las que la tradición se diluye con la transculturización de que han sido objeto.

Publicado en El Carabobeño el 24-04-94

18 abril 1994

En el museo Nacional de Lima



Una corta visita al Museo Nacional de la ciudad de Lima en el año 1991 nos mostró la imponente cultura que floreció en el Perú por espacio de tres siglos antes de la llegada de los conquistadores españoles, para sucumbir a otra forma de civilización occidental, que es la que predomina hoy, con  un alto componente indígena obligado a integrarse por la fuerza a un destino histórico que fue violento, con la sangre derramada en las guerras de la Conquista y que cambió el curso de los hombres de tez cobriza que poblaron el suelo americano desde la era pre-cristiana, siendo los señores absolutos de la tierra que se disputaban con otras semejantes en cuanto a conformación étnica y creencias ancestrales.

Geográficamente ubicado en la parte centro occidental de América del Sur, con su larga costa en el Océano Pacifico, Perú fue la cuna de una de las grandes civilizaciones indoamericanas que se remontan a 5.000 años antes de Cristo cuando las migraciones asiáticas llegaron a América. Las culturas Chavin (1.500 A.C. 400 A.C. ) y Mochica (200 A.C. – 700 D.C.), entre otras, dejaron restos arqueológicos con los que muestran grandes adelantos en la agricultura, arquitectura e ingeniería. En el museo se aprecian interesantísimas piezas de orfebrería, tejidos, cerámica y objetos ornamentales para la vestimenta y el uso doméstico del trabajo.

En el s XI, D.C., los incas bajaron a las regiones costeras y sometieron el poder del reino Chimú, estableciendo un imperio que controló un territorio de aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados, desde Pasto, Colombia hasta Argentina y Chile. El Inca gobernaba por orden divina y su gran organización en castas lo mantuvo unido por varios siglos, hasta que, coincidiendo con la llegada de los conquistadores españoles en 1532, Francisco Pizarro, tras una violenta batalla, logró capturar a Atahualpa y dominar a los divinos hijos del Sol. La ciudad de Cuzco, capital del imperio Inca, fue dominada y Pizarro fundó la nueva capitel en Lima, que se llamó la Ciudad de los Reyes.

A partir de entonces, una civilización suplantó a la otra lo que ha sido considerado una barbarie por la violencia con que se impuso, puesto que las culturas indígenas arraigadas territorio americano tenían adelantos significativos en el orden social, político y religioso, acabando la Conquista y la Colonia con toda esa organización, convirtiendo a los primitivos pobladores en servidores de los nuevos señores europeos, disolviendo sus creencias y costumbres.

Restos de esa civilización y relatos históricos Pueden apreciarse en el Museo de la Nación de Lima. Las piezas arqueológicas de todas esas vastas culturas indoamericanas invitan a los visitantes a detenerse y mirar hacia atrás, para palpar mejor que los orígenes de nuestros pueblos que provienen de migraciones del Asia, todavía visibles en los rasgos faciales y corporales que años de civilización europea no han logrado disipar,  ni integrarse del todo el mestizaje en las regiones en donde florecieron las culturas maya, azteca, o inca, puesto que es en ésas particularmente en donde los indios se mantienen todavía como etnias separadas, conservando sus tradiciones, hasta en el modo de vestir y en la manera aislada de convivir con el poder dominante.

La centralización política del imperio Inca hizo fácil la sustitución de una clase dominante por otra. Los chamanes, guerreros y doncellas indias fueron suplantados por los sacerdotes, soldados y mujeres blancas, acabándose las mitologías para dejar que los hechos históricos se encargasen de narrar los sucesos. El régimen de encomiendas y reparticiones sometió a los indígenas al trabajo servil. El idioma español desplazó al quechua y la Cruz marcó la nueva religión que comenzó a oficiarse en la Plaza Mayor, al lado del Ayuntamiento. Encuentro de dos mundos, o choque d culturas, a partir de 1532 devino otra forma de civilización.

Con todo el progreso que la Corona Española impuso en tierra peruana, publicando las Leyes Nuevas para acabar con la explotación indígena y asentando el Virreinato que dejó esa impresionante monumentalidad arquitectónica y artística representada en las iglesias, los conventos y los palacios de gobierno, cabe preguntarse si en lugar de conquistas y colonización no hubiera sido mejor la asimilación pacífica de las razas, puesto que la riqueza cultural de los pueblos se solidifica tras largos años de ensayos civilizadores y destruirla con guerras es retroceder en el tiempo, acabando con la herencia por los fundadores de esas grandes civilizaciones precolombinas, hoy en convertidas en meras piezas de museos.

Lo demás es historia reciente ligada toda al porvenir hispanoamericano. Los levantamientos indígenas que hoy vemos resurgir como protestas políticas en las regiones en las que esos conglomerados humanos, diferenciados étnicamente, se mantienen todavía en condiciones de marginalidad y pobreza, son el desafío de dos culturas que no han logrado aún su total integración.