Pasado la Navidad y el Año Nuevo, dos meses después es presenta el Carnaval como un enfermo agónico que trata de sobrevivir en un medio que sea le hace extraño, en la medida que la situación del pele es agudiza con una situación económica estrecha para la mayoría de los habitantes y con una inseguridad social de tal magnitud que ha hecho que el venezolano se torne desconfiado y poco dado a las manifestaciones populares que tienen la calla como escenario social.
Eliminado del calendario oficial de fiestas nacionales, declarado laborable en la Ley del Trebejo, lánguido en el entusiasmo colectivo que despertaba en épocas pesadas, el Carnaval las halla reducido a ciertas programaciones efectuadas por los organismos públicos que asignen presupuestos exiguos para celebrarlo, limitado a la publicidad que le hace el comercio para tratar de revivirlo a cualquier costa en su interés de vender más y a actos escalarse en los que los chiquillos se disfrazan para complacer el gusto de sus padres y maestros, puesto que sus manifestaciones han perdido la espontaneidad de otros tiempos.
Envueltos en el ajetreo de le vida moderna en que la prisa parece ser un factor fundamental, nos damos cuenta que se aproximan los carnavales cuando comenzamos a ver a los vendedores ambulantes caminando entre los carros con los cartelones aguijoneados de máscaras en las que se nos muestra el dulce semblante de la Bella Durmiente del Bosque, la inocente cara de Caperucita Roja y la simple sonrisa del ratón Mickey que nos transporta e un mundo de ilusiones congeladas en la expresión de los rostros de cartón o nos sumerge en la violencia de las caretas que representan figuras de diablos, animales feroces o monstruos creados por la literatura y la cinematografía. Una vez que desaparece la ficción de esos personajes fantásticos representados tras esas máscaras, nos situamos en la realidad y comenzamos a elaborar los planes para festejar esos días de asueto no obligado pero obligantes, puesto que la paralización del país es casi total en cuanto actividad laboral se refiere, produciéndose en cambio un desplazamiento de grandes proporciones de gentes hacia diferentes lugares dentro y fuera del país.
Días de ocio, de playa y de viajes de los que pueden escaparse de las ciudades, dejando que la calma vuelva a las calles en las que uno u otro desfile de comparsas y carrozas dan señales de la celebración. Fiesta popular por excelencia cuyos orígenes se remontan a las saturnales romanas que se festejaban en los tres días que preceden al Miércoles de Cenizas, dejando que el pueblo se lanzara hacia afuera a divertirse con bailes y mascaradas antes de comenzar el recogimiento de la Cuaresma. En Venezuela astas festividades se celebraron hasta los años sesenta con la vistosidad propia de une fiesta pagana enraizada en nuestra tradición cultural cristiana, con despliegue de dinero a imaginación en la elaboración de llamativos disfraces y carrozas y haciendo reír el pueblo al ritmo del baile de las negritas y mamarrachos que en los clubes sociales derrochaban humor y sana diversión.
Una parodia del Carnaval en un país empobrecido por la corrupción lo constituyen hoy las manifestaciones colectivas que a manera de comparsas protestan por los malos servicios públicos y la inseguridad. Los revoltosos que se disfrazan de encapuchados para atemorizar a la población quemando vehículos y propiedades. Los delincuentes que se venden la cara como si fuera un antifaz para disimular sus atracos y asesinatos a sangre fría. Las carrozas son los aparatosos vehículos de transporte público de los que se cuelgan los trabajadores agotados después de una larga faena laboral. Los pobres mendigos, vikinqos y locos que deambulan por las calles son los mamarrachos vestidos de andrajos y con caras transformadas por el hambre y la tristeza. En cuanto al Martes de Carnaval, la escasez de agua obliga a racionar su consumo puesta que en muchos barrios no hay ni para levarse las manos.
No se justifica que un país endeudado, con hospitales carentes de recursos por falta de dinero y de servidores públicos inconformes con los bajos salarios, gaste sumas millonarias en desfiles públicos que ya han perdido su vitalidad, llegando incluso algunas gobernaciones y alcaldías a dejar deudas pendientes con los organizadores de estas festividades, sabiendo de antemano que son costosas y que, si bien son hermosas y entretienen por un rato, duran muy poco tiempo, en tanto muchas obras permanentes de carácter colectiva queden pendientes por falta de asignación presupuestaria.
En cuanto e los operativos del Plan República para movilizar a esa gran masa de población que se desplace a diferentes sitios dentro y fuera del país, le cuestan e la Nación millones de bolívares y arrojan año tras año cifras de muertas y heridos en accidentes de tránsito, ahogados y lesionados en diversos sucesos.
E1 Carnaval es evasión de la realidad, alegría o tristeza según el disfraz que se elija, fiesta pagana que en tan sólo tres días nos engañe envolviéndonos en cotillones y serpentinas coloridas y ondulantes en lo efímero de lo que es una mera fantasía.
Publicado en El Carabobeño el 11-03-95
Publicado en El Siglo el 23-02-95
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