15 febrero 1994

Neoliberalismo o Consumismo



La economía es la que mueve a la sociedad actualmente, el mercado, la compra‑venta, el producto elevado a la categoría de agente social de cambio. Es el tiempo de las privatizaciones, del capital, de la competitividad. E1 libre mercado impuso su sistema, una vez que el Comunismo acabó por desplomarse en Europa del Este y se desmoronó la Unión Soviética, demostrándole al mundo que la economía centralizada es incapaz de satisfacer las necesidades fundamentales de la gente, dejando la vía ancha al sistema de libertades económicas para que tome el lugar de benefactor social, valiéndose de la Democracia como primer producto de consumo masivo, puesto que los candidatos presentan su imagen en las campañas electorales sujetándose a las reglas de la oferta y la demanda, ofreciéndole a los electores todo lo que aspiran obtener por la vía del voto, para lograr captar adeptos para sus programas de gobierno.

El sistema neoliberal comenzó por impulsar una serie de reformas económicas, tratando de convencer a los ciudadanos de las bondades de su aplicación, haciendo del mercado el efecto multiplicador de la riqueza, sujeto a todo el proceso de liberalización, guerra de precios y apertura internacional. En Venezuela la bonanza se manifestó con la entrada al país de cientos de miles de mercaderes cargados de toda suerte de artículos que tomaron como por asalto el centro de las principales ciudades, convirtiéndolas en auténticos bazares orientales, con lo que se agudizó el problema de la economía informal hasta limites reñidos con la ley y el orden y se fijó en el pueblo el hábito consumista de baja calidad y escaso valor. Prosperaron los almacenes al estilo Pepe Ganga, el Fortín y Graffiti y para ello no importó derrumbar edificaciones de estilo y tradición, como ha sido el caso del Pasaje Tarbes de Valencia, ni violar ordenanzas de uso y zonificación, como sucede en Caracas con muchas tiendas de ropa barata.

El esquema consumista nos lo repite a diario el medio de comunicación masivo más influyente, la TV es la gran intrusa que orienta nuestras vidas y su mensaje se halla reforzado por la política de libertades económicas. En el país capitalista por excelencia, el escritor Raymond Federman alerta sobre los riesgos de una sociedad totalitaria de consumo, en la que los gustos se uniforman y la disidencia se aplaca con el estribillo de la publicidad teledirigida hacia determinadas tendencias. Continuamente salen al mercado nuevos productos que cobran vida propia y comienzan a ser necesidades ficticias en el sentir de millones de personas. La publicidad comercial arrastra con todos los valores para lograr llegar al público consumidor. Así vemos cómo los temas musicales se degradan para ponerle tono a cualquier producto para limpiar platos o pisos, o cómo se enaltece la posesión de un par de zapatos de marca, hasta el punto que los jóvenes cifran su ambición en adquirirlos, corriendo incluso el riesgo de perder sus vidas a manos de pandilleros que forman parte del caldo de cultivo de la sociedad de consumo, estimulada sólo por el interés económico como sistema social.

Si se trata de propaganda política para promover un candidato en el sistema de libertades democráticas, poco importa desacreditar al opositor para ganar el favor de los votantes, por lo que en las campañas salen a relucir los escándalos públicos y privados de los candidatos y la “guerra sucia” afina su artillería en el mercado de noticias de los grandes medios de comunicación. Las películas, los vídeos y la TV son los grandes ductores de la sociedad moderna y en ellos la publicidad comercial y la propaganda política juegan un papel predominante, orientando el consumo de bienes y servicios e influenciando la opinión pública con grandes espacios reservados a enaltecer las acciones del gobernante de turno.

En un mundo en el que todo tiene su contrapartida, el producto comercial tiene un valor en si mismo en cuanto complace necesidades, bien sea básicas o de cualquier otro tipo no elemental pero que dan satisfacción, además de permitir dar cauce a la creatividad personal mediante la multiplicidad de objetos de cuánto sea imaginable por el hombre, desde la creación artística que encuentra en el mercado del arte amplias posibilidades de divulgación, hasta la difusión de la imagen a través de las pantallas para promover liderazgos y celebridades. Sólo que el producto de mercado elevado a categoría de agente social de cambio es despiadado cuando deja de lado el factor humano para inclinar la acción sólo hacia la parte material de poseer o de poder, sin detenerse en el lado interno del ser ni en las auténticas necesidades del pueblo, produciéndose un vacío social que tiene enferma a la sociedad con las enormes contradicciones entre la opulencia y la miseria que el sistema impuesto como garante del máximo bienestar no logrará superar si no va acompañado de una doctrina basada en ideales de justicia y libertad.

Publicado en El Carabobeño el 15-02-94

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