06 junio 2001

La Estética Urbana


Las ciudades venezolanas sufren un proceso de deterioro similar al que ocurre en el país. Marginalidad creciente que recorre las calles por las que circulan vehículos viejos unos, nuevos los otros, en una mezcla de pobreza y riqueza desintegrada socialmente, rotos los mecanismos para la convivencia pacífica, que han desencadenado por el contrario una violencia urbana de consecuencias negativas para el progreso. El desarrollo material y espiritual de un país se refleja en sus ciudades, especialmente en la capital que es el núcleo del tejido orgánico que le da carácter, puesto que los ciudadanos somos quienes lo constituimos.


Particularmente Caracas pasó de ser la “sucursal del Cielo”, como se le decía anteriormente, para convertirse en una metrópolis sucia y congestionada, cuyos techos rojos ya no adornan las fachadas de las casas porque los eliminaron para dar paso al modernismo que terminó por destruir la arquitectura tradicional de la ciudad, lo que le quitó su identidad y la hizo similar a cualquier otra del mundo. Encanto que se perdió en aras de un desarrollo mal concebido, sin tomar en cuenta la dimensión humana que sufre todavía la ofensa del maltrato colectivo a la que ha sido sometida por parte de quienes han tenido que ver con la planificación de la capital. El contraste de Caracas choca a la vista, porque los ranchos clavados en los cerros son como una escalada de miseria en un país rico en petróleo y en recursos minerales.

El que otrora fuera el hermoso valle coronado por el Ávila está invadido de casuchas en las laderas que lo circundan, vertederos de los desechos de los pobladores encaramados en terrenos inestables. Callejuelas que se empinan en apretados vericuetos sin tuberías ni drenajes para el agua. Escuelitas y dispensarios médicos construidos con pobreza de materiales, desprovistos de insumos para la atención pública. La mirada se opaca al contemplar tanta fealdad, porque la ciudad está dañada y costará muchos años y dinero recuperarla para hacerla más vivible, si es que alguna vez sus autoridades competentes se lo proponen.

La improvisación y el desorden dominan el paisaje urbano, destacándose los hermosos edificios y centros comerciales y profesionales edificados en las zonas de mayor valor económico, en los que se emplearon los mejores materiales y todos los avances de las nuevas tecnologías y ejecutados por arquitectos e ingenieros con estudios superiores y financiados por inversionistas de gran capital. A pocos metros de distancia es posible que se abran locales de construcción ramplona, sin los retiros correspondientes ni áreas para estacionamiento, teniendo que tomar las calles y aceras en abierto desacato a la permisología de la ingeniería municipal. Probablemente enfrente de esos locales se instalen a vender los comerciantes informales, con la mercancía colocada sobre tablas o en el suelo, entorpeciendo el tránsito natural de los peatones. Desarrollo por una parte, estancamiento por la otra. Progreso y atraso en un territorio compartido por ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría. El deterioro visible de la ciudad es la demostración más evidente de la ineficaz acción gubernamental de los últimos 43 años. Se resiste el sistema político social, hundido en un tercermundismo tan injusto para todos y tan desigual para la mayoría de venezolanos.

La mirada ya no se solaza en la contemplación del panorama que todavía en el gobierno anterior trató de conservar la primera dama Doña Alicia Pietri de Caldera a través del programa “Un cariño para mi ciudad”. Ahora las áreas verdes han vuelto a abandonarse y están cubiertas de maleza. Los árboles continúan cercados por el cemento y están envenenados por los gases de los automóviles, lo que les quita el esplendor de su follaje. Rotas las aceras en muchas calles y avenidas en las que los carros se han adueñado de la ciudad, lo que sucede en detrimento de los peatones y en el insoportable caos del tráfico automotor, sin que ni siquiera el metro de Caracas logre aliviar la tensión de una metrópolis cuyos habitantes tienen que moverse con rapidez para cumplir con las actividades diarias. La capital venezolana es la vitrina del país que luce como muy desorganizada.

Otras ciudades del interior están siguiendo los mismos pasos de un crecimiento desordenado, en las que los planes de desarrollo urbano se violan impunemente. La excelente entrevista que concedió al diario “El Carabobeño” el Secretario del Colegio de Ingenieros del estado, Enrique García Grooscors, el pasado 29 de mayo analiza la problemática del caos vial de la ciudad de Valencia, señalando que tanto el gobierno nacional como el regional y el municipal gozan de una continua morosidad en el cumplimiento de los proyectos de vialidad y transporte, a la vez que se refiere a la anarquía y al abuso de los conductores del transporte colectivo. Los cambios de uso de residencial a comercial alteran la zonificación y ocasionan grandes congestionamientos.

En cuanto al ornato de Valencia, hay que reconocer la labor efectuada por el gobierno de los Salas Römer, particularmente en el primer período, para hacer de ésta una ciudad limpia y con áreas verdes bien mantenidas. El parque “Fernando Peñalver” es un jardín en el que la mirada se recrea. No obstante, cuando salimos de las avenidas troncales, que ya dejaron de ser amplias por cuanto el intenso tráfico las rebasó, nos adentramos en las calles interiores en las que hay solares abandonados con tarantines destartalados y escombros, entre los que es posible encontrarse con algún perro vagabundo olfateando entre la basura.

Los parches de la estética urbana resienten un desarrollo concebido para satisfacer intereses económicos y políticos que asfixia a nuestras ciudades haciéndolas poco gratas.

Rescatar los espacios urbanos es imprescindible para vivir civilizadamente y recuperar la armonía perdida. Descentralizar y descongestionar para que el progreso nacional se extienda uniformemente. El orden es belleza, la ley es el respeto que todo ciudadano se merece.

El Carabobeño, 06-06-2001

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