El conflicto que mantienen los palestinos enfrentados con los judíos en Israel entorpece la visita de los turistas a los lugares santos, custodiadas las ciudades en donde sucedieron los hechos más significativos de la Cristiandad –Jerusalén, Belén y Nazareth – por soldados armados de uno y otro ejército, a causa de una guerra que pareciera no tener solución, puesto que ambos pueblos reclaman el derecho a la tierra de sus antepasados, a la que pertenecen por mandato divino de la religión que profesan, como una revelación del mismo Dios que los condujo por medio de sus profetas a la Tierra Prometida. Para los judíos Abraham y Moisés les guiaron el camino, para los palestinos Mahoma fue el conductor.
La dificultad para Israel es mayor a pesar de la creación del Estado que les otorgó la nacionalidad en el año l948 y del progreso evidente de la nación bajo el sistema democrático, en la que el flujo constante de miles de hebreos que regresan de la Diáspora obliga al gobierno a acomodarlos con vivienda y empleo, pero en esa gran porción de territorio que es el Medio Oriente, ese país abarca sólo una franja estrecha de tierra a orillas del Mar Mediterráneo y está rodeado de países árabes en los que predomina la religión musulmana, con su buena dosis de fanatismo, el cual se ha encendido en los últimos años, atizado por líderes fundamentalistas que ven en la guerra una forma de santificación y arremeten contra todos los que no profesan la doctrina del Islam, principalmente contra los judíos que son sus enemigos acérrimos.
El problema es tan complejo que para entenderlo hay que interpretar la Historia Sagrada, saber de Mahoma, repasar el significado del Sionismo y la creación del estado de Israel y leer lo que informan los medios de comunicación actualmente para, finalmente, quedar convencidos de que de todos modos la guerra es absurda y que su provocación es consecuencia de apasionados agitadores irreconciliables con cualquier forma de convivencia pacífica.
En una estadía reciente de una semana en Tel Aviv, un solo día pudimos visitar Jerusalén, porque nos advirtieron lo peligroso que era adentrarse en los lugares santos, puesto que correríamos el riesgo de quedar atrapados en medio de una balacera, o morir víctimas de la explosión de una bomba. La situación se tornó candente el 29 de Julio, porque una pequeña organización de judíos ortodoxos conmemoraba la festividad anual del Tisha B’Av, en la que proceden a colocar una piedra simbólica de la construcción del Tercer Templo. El día de ayuno del Tisha B’Av marca el aniversario de la destrucción del Primero y Segundo Templo, que para los judíos es motivo de luto, por lo que el ritual va acompañado de la lectura del Libro de las Lamentaciones, a la vez que insertan peticiones en las cavidades de las piedras del muro que es el único resto que queda del Templo.
Lo que a simple vista hubiera parecido un acto corriente, despertó en el liderazgo palestino y en la comunidad árabe de los territorios ocupados el levantamiento popular denominado la Intifada, que desde hace diez meses ha estado agitando a los fundamentalistas para liberar el sitio islámico y acabar con el estado de Israel, dado que para ellos ese lugar es sagrado porque en la explanada adyacente al Muro de los Lamentos se levanta la mezquita Al Aksa, erigida sobre la piedra desde la que creen que Mahoma subió al Cielo.
Como dice la Biblia, el Primer Templo fue construido con gran magnificencia por Salomón, 968 años A.C. y destruido por Nabucodonosor. El segundo Templo fue reedificado por Herodes el Grande l8-l0 años A.C. y arrasado por las huestes romanas paganas bajo el mando del emperador Tito. De ese mismo Templo, dice el Nuevo Testamento, arrojó iracundo Jesucristo a los mercaderes que comerciaban con toda clase de víveres y lo profanaban, increpándoles que ése era lugar de oración. La entrada de Jesús en Jerusalén montado en una borrica, para dar comienzo a su Reinado Divino, representa la consagración cristiana de esa ciudad. El status de capital internacional que propone la comunidad mundial de las naciones es el más adecuado, puesto que las tres religiones monoteístas –la judía, la cristiana y la musulmana – nacieron de acontecimientos fundamentales ocurridos dentro de sus límites.
Las guerras de religión son también por territorio y las atizan los intereses políticos. Los palestinos piden que cese la presencia militar israelí en Cisjordania y Gaza, así como la soberanía de un estado independiente Los judíos reclaman su derecho sobre la tierra que conquistaron con tanto esfuerzo para lograr la creación del estado de Israel, después de siglos de persecución diseminados en muchas partes del mundo.
Con opiniones tan encontradas, yo hice dos preguntas: ¿Por qué los árabes, que son mayoría y tienen mucho más tierra, no le ceden un pedazo de su territorio a los palestinos? ¿Por qué, cuando se declaró el estado de Israel no se hizo otro tanto con los palestinos, dividiendo el territorio en dos estados independientes? Las respuestas fueron en orden sucesivo: “ Porque con los palestinos es imposible negociar, puesto que a ellos lo que les interesa es acabar con Israel.” “Porque eso se hizo y se estableció la Línea Verde de separación, pero ellos quieren todo el territorio para ellos solos. Pretenden ahora que ingresen a Israel todos los palestinos refugiados.”
Ambas respuestas me convencieron de que la única solución será lograr la convivencia pacífica que trata de lograr la comunidad internacional, para que cesen los conflictos y que, de cierta manera, ambos pueblos tienen parte de razón.
La tradición judéo cristiana sostiene que los judíos son el pueblo elegido por Dios, hecho que se consumará al final de los siglos cuando reconozcan al Mesías. Para los creyentes, todas esas doctrinas han sido causa de divisiones, guerras y enemistades y esperemos que sea antes de la consumación de los tiempos cuando se pondrá fin a tanta violencia para que, finalmente, reine la paz y la concordia entre todos los pueblos.
El Carabobeño, 30-08-2001
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