03 noviembre 2001

La Guerra Mala


Esa es una guerra de la civilización contra la barbarie, la primera representada por los Estados Unidos del Norte y las fuerzas de la OTAN, los países que han alcanzado un alto grado de desarrollo arremetiendo contra un pueblo mísero con las armas más sofisticadas que la tecnología moderna ha diseñado Las imágenes de la televisión nos muestran a unos seres famélicos caminando entre casuchas rotas y tierra arenosa, en la que no se ve ni un arbolito Ninguna guerra puede ser civilizada, puesto que los hombres en el fragor de la pelea vuelven a un grado de primitivismo tal que las heridas se encargan de mostrar con toda su purulencia y se computarizan los muertos en uno u otro bando como señal del lado hacia el que se inclina la victoria. Poderío bélico de una nación civilizada, enfrentado al fanatismo religioso, es una mezcla de combustible peligroso que podría extenderse aún más si el mundo musulmán se unifica en su rechazo a los ataques de los que están siendo objeto algunos de sus hermanos.

La lucha en este caso es contra el terrorismo y, aunque sea dolorosa y desigual, hay que enfrentarla, tal como el cirujano que corta el tejido del paciente, sometiéndolo a un intenso malestar, para extirpar el tumor y conseguir la curación El gobierno de la milicia talibán en Afganistán es de un fanatismo tal que no se compadece del sufrimiento de su gente, de los miles de refugiados que buscan asilo en Pakistán, ni de los que se quedan sometidos al hambre y el miedo. El fundamentalista Osama bin Laden está poseído por una verdad que está arruinando aún más al pueblo que lo cobija, sin pensar siquiera que con el derrocamiento de los talibán se abriría para ese país una etapa de reconstrucción nacional, al apoyar las potencias que luchan contra el terrorismo al partido moderado de la Alianza del Norte, mucho más progresista que el actual.

De buena parte de quienes profesan el credo islámico existe furor hacia la cultura occidental, por razones profundas de antagonismo hacia los valores esenciales que rigen sus vidas, como también en lo político y económico. Ese rechazo hacia Occidente se puso de manifiesto cuando el Ayatolah Komeini tomó el control en Irán en el año 1979, al triunfar la Revolución Islámica. La persecución que desató contra el Sha Reza Pahlevi fue básicamente por las reformas occidentales que hizo durante su gobierno que duró casi cuatro décadas, alineándose con Gran Bretaña y los Estados Unidos y siguiendo modelos capitalistas de desarrollo económico. Líderes como Kadaffi en Libia y Sadam Husein en Irak azuzan el odio musulmán de centenares de miles de sus seguidores, enardecidos ante las fuerzas del mal, que no son otros que los enemigos de Dios, los infieles de Occidente que no siguen los preceptos del Corán.

Desde que comenzaron a suscitarse estas cuestiones de la política internacional, relacionadas con el mundo árabe, recuerdo haber leído con interés tal que lo guardé entre mis libros un artículo de la revista “The Atlantic” del mes de Septiembre del año 1990, cuya portada pinta a un musulmán con cara de furia, que en ambos ojos tiene dibujada la bandera norteamericana, para ilustrar el tema central de la publicación que lleva el título “Las Raíces de la Rabia Musulmana”, escrito por el profesor emérito Bernard Lewis, autor de numerosos libros sobre el Medio Oriente, según explica el texto. Recordándolo ahora, al suscitarse los actos terroristas contra el World Trade Center de Nueva York y contra el Pentágono en Washington, que dieron lugar a esta Guerra Mala que hoy se libra contra un pueblo mísero en el que se esconde la cabeza del terrorismo musulmán, lo busqué en mi biblioteca para releerlo y extraer algunas apreciaciones del autor.

En varias páginas de apretado análisis acerca de por qué la ira musulmana hacia Occidente y particularmente hacia los Estados Unidos, dice el mencionado profesor que Mahoma no sólo fue un profeta y un maestro, sino también un dirigente y un soldado, por lo que su lucha abarca el Estado y las Fuerzas Armadas. Esto significa que si sus guerreros están peleando la Guerra Santa en la senda de Dios, lo hacen contra los enemigos de Dios y el deber de los soldados es enviar a la otra vida a los infieles para que sean castigados. Según la creencia islámica, el mundo y la humanidad están divididos en dos: la Casa del Islam en la que prevalece la ley y la té musulmana y la otra, que es la de los descreídos que deberán ser convertidos mediante la Guerra Santa. Sienten ellos que la autoridad de sus países ha sido minada por la penetración de ideas y costumbres extranjeras, lo que se ha hecho posible por el avance de Occidente, contribuyendo a subvertir su dominio y a violar sus principios esenciales.

Para los árabes América no significó mucho hasta la Segunda Guerra Mundial, luego que la industria petrolera y los desarrollos de la post‑guerra comenzaran a establecer acuerdos energéticos e intercambios comerciales entre ellos. El apoyo prestado al estado de Israel de parte de los Estados Unidos y el despliegue de fuerzas militares en el Medio Oriente para proteger las reservas petroleras son factores que contribuyen a ese resentimiento. La ideología marxista impuesta por el bloque soviético denunció al Capitalismo e imperialismo norteamericano como el causante de la explotación y pobreza del Tercer Mundo y muchos no vieron en la riqueza de las naciones una fuente de bienestar, sino más bien de opresión.

Para muchos América representó la libertad y la oportunidad, así como la riqueza y el éxito, resaltados por la televisión y el cine como el American way of life ligero y confortable. El poder material prevaleció sobre el espiritual y los valores del dinero y el progreso económico dejaron atrás a los tradicionales de la religión y la familia. La emancipación de las mujeres y la rebelión de los jóvenes terminaron por romper la autoridad de los hogares. Pensamientos tan antagónicos e intereses opuestos son el detonante de esta guerra que, para bien de todos, ojalá termine lo más pronto posible con un golpe rotundo al terrorismo y a todos quienes lo apoyan escudándose detrás de cualquier fanatismo.

El Carabobeño, 03-11-2001 

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