La muerte a pedrada limpia, con pedazos de bloques y tapas de alcantarilla, de nueve indigentes en un mismo mes, en lugares céntricos de las calles de Caracas, hace presumir que se trata de los crímenes cometidos por otro indigente con severos trastornos mentales, que se ha dado a la tarea de exterminar a sus compañeros porque siente, en su locura, la molestia de compartir su territorio. Ante lo horrendo de los asesinatos y la manera como han sido cometidos, los especialistas en criminología están analizando los casos, en tanto la policía científica intervino para investigar los homicidios.
Este capítulo forma parte de las páginas rojas de la prensa capitalina, visto así como un suceso que ofende la dignidad humana rebajándola al nivel de unos cuerpos sucios y malolientes envueltos en harapos, escarbando las bolsas de basura para recoger los restos de comida que otros desechan, durmiendo en los portales o en los recodos de los centros comerciales y deambulando por la ciudad con los gestos amargos o tristes de la exclusión social. Unos son pacíficos, pero otros pueden ser muy agresivos, por lo que la colectividad los rechaza, no sólo porque son marginales sino por el temor de ser agredidos por esas personas de conducta impredecible.
Sin lugar a dudas que toda esta situación representa un grave problema social que se ha agravado en los últimos años, no solamente en Caracas sino en todas las ciudades de Venezuela, aunque la revolución emeverrista del presidente Hugo Chávez se empeñe en decir que es el gobierno de los pobres. Es una realidad que no se puede solapar con palabras inflamadas de verbo encendido, pero huecas de contenido, que la pobreza ha aumentado en la V República. Indigencia significa falta de recursos para alimentarse, vestirse y tener una casa donde vivir. A falta de ello, personas con ciertos desajustes mentales, adictos al alcohol o a la droga, carentes de afectos familiares, se lanzan a las calles para buscar el sustento diario, sin pensar quizás en la degradación física y moral en la que caen al romper los lazos con la sociedad organizada.
Nunca antes en Venezuela se había visto tanta miseria humana, hasta el punto que la mendicidad nos detiene en las paradas de los semáforos pidiéndonos unas cuantas monedas con niños a cuestas para inspirar lástima, o para vendernos unas insignificantes mercancías. Se estima en unos cinco millones el número de venezolanos que se dedican al comercio informal, buhoneros que viven de lo que ganan diariamente, sin una ley de seguridad social que los proteja en la enfermedad y que les asegure una pensión para la vejez, puesto que sus oficios están al margen de la contratación legal. Nunca antes hubo invasores de la propiedad privada, ni la extrema pobreza que se asoma por los ranchos de Caracas, o por cualesquiera otros barrios improvisados de la geografía nacional, menos aún los tugurios miserables de las invasiones promovidas por el alto gobierno. Seres que inspiran compasión de sólo mirarlos, como también pueden producir repulsa o aprensión. Niños de la calle, mendigos, indígenas desarraigados de su tierra, vendedores ambulantes, salteadores de camino salen diariamente a la calle para buscar el sustento, ofreciéndonos una imagen desgarradora de la Venezuela marginal.
Crisis familiar, falta de valores, una gerencia pública ineficiente ponen al descubierto a un país desequilibrado en el que la riqueza está mal distribuida y en el que gran parte de sus males, como la inseguridad, la corrupción, la estéril diatriba política y la impunidad patentizan el lado flaco de la gestión gubernamental, que no es todo lo bueno que ellos pretenden hacer ver a través de costosas cuñas publicitarias en las que nadie cree. La mejor misión para erradicar la pobreza es promover la creación de empleos estables, estimulando a la empresa privada para que cree puestos de trabajo, para que construya viviendas y urbanizaciones populares en conjunto con el Estado, para que atraiga las inversiones y se genere bienestar social.
Elevar el nivel de vida de la población en general es prioritario para asegurar la estabilidad democrática y eso no se logra promoviendo el resentimiento y la desunión, como ha sido el caso en estos últimos cinco años. Es por eso que una vez revocado el presidente el 15 de agosto, trataremos de escoger al mejor candidato para un gobierno de transición, que abra el camino a políticos idóneos que comiencen a reconstruir el país, planificar el desarrollo, crear igualdad de oportunidades, brindarle ayuda a quienes más lo necesitan, luchar contra la pobreza y acabar con la indigencia. Los recursos de Venezuela le aseguran un buen porvenir, sólo hay que saberlos aprovechar en beneficio de todos para que el progreso sea equitativo. Salir del atraso y de la miseria tiene que ser la meta central para aliviar el malestar que agobia a la Venezuela deprimida por la pobreza crítica.
Eso SI lo vamos a lograr.
El Carabobeño, 20-07-2004
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