Se aproxima la Navidad, ese tiempo que para los cristianos transcurre desde el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre hasta la Epifanía el 6 de enero. Es una festividad que abarca dos meses que, a pesar de que se enlazan el uno con el otro, son contrarios, puesto que en el calendario gregoriano diciembre es el último mes del año y enero es el primero. Final de un año, comienzo de otro. Tiempo de Adviento, de Fe y de Esperanza en el porvenir. Consumación de una fecha que concluye, cierre de temporada, detención obligada para hacer un recuento de lo que pasó y dar inicio a nuevos proyectos, todo enmarcado dentro de una celebración que no pierde su vitalidad renovadora por ser la fiesta por excelencia del Cristianismo, cuya doctrina salvadora trajo Jesucristo para establecer el reino de Dios en la tierra.
Los días y las semanas pasan raudos. Como un destello se cumple un ciclo que la celebración mágica de la Navidad convierte en un evento trascendente de dimensión humana y divina. Fiesta religiosa y profana al mismo tiempo, representada por el pesebre y por el pino, formado uno con elementos tan sencillos como el establo, los animales, los pastores rodeando al Niño Jesús recién nacido al lado de San José y María en un lugar humilde, símbolo del desprendimiento de los bienes materiales a favor de los espirituales y adornado el árbol con bambalinas de colores, lazos y luces cuyo brillo alegra los ambientes navideños.
Tiempo de dar y tiempo de recibir. Época en que se compran los regalos que los niños, particularmente, esperan con ansiedad. Salen a relucir los juguetes, unos más lujosos y sofisticados que otros, fabricados con la más avanzada tecnología capaz de avivar la inteligencia de los chicos, otros menos complicados y algunos muy simples, pero que de una manera u otra sirven de diversión. En Navidad los regalos adquieren una significación especial cuyo motivo no es otro que la propia celebración del hecho religioso convertido en fiesta social. Conmemoración propicia para producir intercambio de obsequios que siempre producen sorpresas. Muchos comerciantes esperan diciembre para saldar sus deudas, puesto que aspiran a vender más en esa fecha y los trabajadores cobran el pago de las utilidades para gastarlas en los estrenos, los juguetes, las comidas y bebidas. Es un entusiasmo dispendioso que eleva los ánimos y despierta el deseo de compartir.
La Navidad es también tiempo de reconciliación y de perdón, propicio a dar tregua para que se reduzcan las tensiones en un mundo dominado por tanta violencia, injusticias y materialismo. El hecho de reunirse en familia y con las amistades para celebrar las Pascuas y el Año Nuevo hace que, al menos temporalmente, cesen las hostilidades y la discusión de los asuntos públicos y privados se concrete en un plano de mayor acercamiento entre unos y otros. Se impone en esta época del año el abrazo fraterno y la mejor voluntad para reparar errores. El mensaje continúa estando vigente, por cuanto los hombres se empeñan en no prestarle atención con la mano puesta en el corazón. El egoísmo, la codicia, la agresividad y la injusticia siguen hiriendo las relaciones personales, impidiendo que los seres humanos se pongan de acuerdo para vivir en armonía.
Aunque muchas personas e instituciones tratan de rescatar las tradiciones y anuncian que volverán las misas de aguinaldos, las parrandas que van de casa en casa cantando villancicos e improvisando versos, las hallacas, ensalada de gallina, dulce de lechosa y torta negra baratas, la situación venezolana año tras año se torna más complicada y la inseguridad ha tomado las calles, por lo que ni las misas de aguinaldos ni las parrandas podrán tener el mismo sentido de épocas pasadas. Con tantos niños pobres, muchos de ellos se quedarán sin regalos y pensarán que el Niño Jesús no se ocupa de ellos. A otros que tienen acceso a los videos y a los juegos electrónicos, el Niño Jesús les resulta demasiado puro, acostumbrados como están a ver figuras extravagantes que vienen de otros planetas o de mundos imaginarios que pueblan hoy día los relatos infantiles. Si acaso San Nicolás con su blanca barba y su traje rojo se asemeja más a esos personajes fantásticos que son los que disfrutan los niños de esta época.
El esplendor de las fiestas decoradas con bambalinas de colores y luces rutilantes, envolturas de regalos y compromisos sociales no debe, no obstante, opacar el tema central de la celebración navideña, cual es la búsqueda de la paz y de la mejor buena voluntad entre los hombres para encontrar la gloria de Dios en la tierra, tal como dice la oración. Por simple que parezca, 2.000 años de Cristianismo acumulan la sabiduría de las verdades eternas y ellas son la clave para resolver tantos conflictos, sólo que las interpretamos a conveniencia, sin que los abrazos logren romper las barreras mentales que nos separan.
El Carabobeño, 19-12-2004
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