La edición número 62 del Salón Michelena no dejó de sorprendernos, si ésa acaso fue la intención del jurado único y de los organizadores que aceptaron y premiaron las obras concursantes: 77 obras de 80 artistas están expuestas desde mediados del mes de noviembre pasado hasta la primera quincena del próximo mes de marzo para que el público tenga el tiempo suficiente de apreciarlas, admirarlas y criticarlas, con lo que se da cumplimiento a la principal propuesta del Salón, cual es la de generar reacciones encontradas por parte del público que se acerca a visitar la muestra anual de las principales tendencias del arte contemporáneo hecho en Venezuela.
La confrontación anual por excelencia del país, ganada la distinción por sus 62 años de vida ininterrumpida de alta factura cultural y que, a partir de ahora pasará a ser bienal, es objeto de polémica por parte del público conocedor y de los propios artistas y críticos de arte, tal como lo fue en el pasado, cuando los pintores rechazados formaban una protesta ante las puertas del Ateneo de Valencia, por ser ésta la institución organizadora del evento y llegaban hasta montar salones paralelos de artistas que habían sido dejados fuera de concurso, lo que generaba una gran conmoción en el ámbito artístico regional y nacional. Este año la polémica ha sido más silenciosa, pero persisten los comentarios de quienes están en desacuerdo con las decisiones que prevalecieron en la selección, montaje y premiación de las obras aceptadas. Esa controversia es la que ha mantenido vivo al Salón Michelena y, como tal, debería profundizarse para poner en juego diferentes puntos de vista ante las heterogéneas propuestas plásticas y visuales del arte contemporáneo que se exhibe en las salas del Ateneo.
Los espectadores se preguntan hasta qué punto una video-instalación como la que presentó Nayarí Castillo: “Contemplación. Anotaciones sobre la Pintura”, debe haber sido la merecedora del máximo Premio “Arturo Michelena”, por más explícito que esté el sentido del “mar de la felicidad” delante del cual ondea una bandera roja significativa de la revolución a la cubana que nos tratan de imponer como modelo de sociedad. Ciertamente, desde el punto de vista conceptual, la obra es buena, aunque muy simple en la instalación. En tanto el Premio “Andrés Pérez Mujica”, “Líbranos de toda virtud”, de la ceramista Doménica Aglialoro, con toda su connotación erótica, ha tenido mayor aceptación en cuanto a la coherencia que hay entre las piezas de cerámica trabajadas con detalle y la instalación pormenorizada de cada uno de los componentes.
Es evidente el deslinde entre las expresiones plásticas entendidas en el verdadero sentido del término y estas nuevas maneras de hacer arte valiéndose de medios electromecánicos y digitales, que son los medios modernos indispensables en la sociedad actual. Por otra parte, las tendencias pop, dadaístas, minimalistas y conceptuales han roto las barreras formales de los géneros artísticos, permitiendo el uso de objetos encontrados elevados a la condición artística por el solo deseo de los creadores. La discusión entonces no tendría por qué centrarse en torno a la pintura o a la escultura, sino alrededor de lo visual, en lo que todos los recursos técnicos y estilísticos están a la disposición de los hacedores del arte.
Los trabajos presentados con tela, como los cojines rosados expuestos en la pared, o la madeja de hilos de colores, parecen más propios de exposiciones de artesanías en las que la habilidad manual predomina sobre la disciplina de producir una obra que despierte emoción, tanto en el artista al realizarla, como en los espectadores. La utilización de los materiales blandos, como soportes válidos para exponer una idea, debe dominar los recursos técnicos para atrapar la atención, sin que el desconcierto de ver algo fuera de lugar termine en desencanto. La libertad que tienen los artistas hoy en día para crear es ilimitada, puesto que la mezcla de géneros les permite valerse de cualquier medio para expresarse, pero asimismo corren el riesgo de la dispersión, o del facilismo que simplifica el oficio y limita la acción creadora.
Llaman la atención tantos nombres nuevos entre los participantes y la variedad de técnicas utilizadas, lo cual es saludable para una confrontación que hace de la innovación su principal acierto y del descubrimiento de talentos que saltan a la luz pública su primordial objetivo. Las fotografías expuestas en esta edición son de excelente calidad, entre ellas la de Alexis Pérez Luna, “Sin Título”, produce un efecto cinético a través de una persiana. Así también los escalones con trazos de luz, “7A y 7B piso 7 a pie” de Valentina Álvarez Fabro y el árbol seco, “Sin Título”, de Daniel Rodríguez, tiene brillo y contraste, haciendo que el espectador sienta el verano. La imagen digital s/tela, “Noches Fotónicas de Valencia”, de Rubén Núñez, tiene luminosidad y colorido.
Invasivos los ojos expuestos por Harry Shuster y Gustavo Zajac, que merecieron el Premio “Antonio Edmundo Monsanto”. Tanto espacio adjudicado a una misma obra repetida en todas las salas rompe las reglas del Salón. Otros cuadros de muy pequeño formato ocupan toda una pared, dando una sensación de vacío injustificado. Un Salón que hay que ver para comentar y que, sin duda, refleja las últimas tendencias del arte contemporáneo entendámoslo o no.
El Carabobeño, 14-01-2005
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