Perder el tiempo es lo que le está ocurriendo a la sociedad venezolana, acentuado en la medida en que pasan los meses, bajo el sistema socialista impuesto en los últimos 15 años, depredador de la riqueza del suelo y de la productividad de los agentes económicos, causando una escasez y desabastecimiento de los bienes esenciales, sin precedentes en la historia democrática del país. En las tediosas colas frente a los mercados, que a diario tienen que hacer los consumidores para poder comprar los rubros de la canasta básica para la alimentación, la salud, el aseo, los repuestos para el transporte y el trabajo en general, se sufre la pérdida del tiempo de una manera desmedida, restándole importancia al hecho de tener que permanecer varias horas de pie para poder abastecerse de los artículos más elementales, como la leche, el azúcar, la harina de maíz, los detergentes o el jabón de tocador.
Ese sí es un tiempo perdido, que no se puede aprovechar para hacer algo útil o productivo. Como lo es también tener que ir de mercado a mercado, recorriendo parte de la ciudad para comprar unos artículos en uno, otros más allá y unos más en otro lugar, porque no todos tienen la mercancía requerida. Las colas son una excusa para llegar tarde al trabajo, o para no llevar los niños al colegio. Son una vergüenza pública y una falta de respeto a la ciudadanía. Se prestan a que las personas peleen unas con otras por defender el puesto o por acaparar la mercancía. Más intimidantes aún son las colas vigiladas por la Guardia Nacional, o en las que sellan los brazos de los consumidores para controlar los artículos que compran. Desesperantes cuando, luego de estar de pie varias horas, al llegar para solicitar los productos que fueron publicitados, les informan que ya no hay más.
Las colas son una pérdida de tiempo, una forma de mantener angustiada a la población, expectante para ver si llega la mercancía. La sufren especialmente las amas de casa que tienen que atender los hogares y preparar la comida de los niños. Son comunismo puro, como en la antigua Unión Soviética, en donde había que hacer largas colas para comprar los alimentos, porque la economía estaba controlada por el Estado y no había libertad de comercio, ni productividad empresarial. Tal sucedió en la China comunista bajo el régimen de Mao Tsé-tung, o en la Cuba fidelista, arruinada hasta el extremo de tener que abrirse en pleno siglo XXI al capitalismo norteamericano para poder sobrevivir.
En los países en donde hay libertad económica, capitalistas si se quiere, o socialistas de libre mercado, con un criterio de productividad, por el contrario, hay abundancia de bienes de consumo, ofertas de precios y de mercancías, variedad de artículos en los anaqueles de los supermercados, para que los consumidores escojan según sus preferencias. Tal fue nuestro país, Venezuela, en toda su etapa democrática.