El problema No. 1 que preocupa a la sociedad venezolana actualmente es la inseguridad. El temor a perder la vida o la de los seres queridos en manos del hampa desbordada en sus ímpetus violentos, enceguecida por la más cruel de las sañas contra ciudadanos desprevenidos que, por más precauciones que tomen, pueden llegar a ser víctimas indefensas de individuos perniciosos, dispuestos a matar, maltratar o violar como si la vida humana no importara nada, tal como si fuera un simple trozo de materia a la que se puede dañar impunemente, por quién sabe qué condicionamientos sociales han hecho proliferar la delincuencia en este país.
Las noticias que a diario recogen los medios de comunicación dan miedo. Son como partes de guerra en las que las bajas se cuentan por decenas, ante la impotencia de los deudos, que muestran las imágenes en los avances noticiosos, llorando y pidiendo justicia para castigar a los malhechores. Por venganza personal, por ajuste de cuentas, para robarle los zapatos, la bicicleta o la cadena, para negociarlo con la guerrilla, por pura maldad, o para quitarle el efectivo a pobres y a ricos ocurren a menudo esos hechos violentos que tienen a la población atemorizada y a las autoridades encargadas de vigilar el orden desconcertadas, demostrando con ello una incapacidad del estado venezolano para combatir la delincuencia y una descomposición social alarmante, en la que los valores morales y éticos se desconocen, así como los derechos individuales de las personas se violan, sin que al final nadie responda por ellos en esta confusión de potestades públicas que se pelotean sus responsabilidades para escabullir los compromisos.
El hampa no respeta clases sociales ni ataca sólo a los poderosos, aunque la nueva modalidad de los secuestros se dirige a la gente adinerada que puede pagar –o que se piensa que lo puede hacer- jugosos rescates, así como han aumentado los asaltos a las unidades de transporte blindadas y a los bancos, con operaciones tipo comando por parte de bandas delictivas que manejan armas sofisticadas y tienen tentáculos en el poder oficial, puesto que de otra manera no se habría extendido tanto la extorsión y el secuestro, o no estaría tan generalizada la violencia en una sociedad que anteriormente fue pacífica.
Las protestas por la inseguridad son colectivas y las manifestaciones públicas para pedir justicia son multitudinarias, porque la gente se siente de manos atadas para poder luchar contra un mal que se ha vuelto incontrolable. En los barrios ocurren linchamientos a los sádicos y asesinos que arrebatan vidas humanas, pero eso está prohibido por la ley y quienes se toman la venganza por sus propias manos pasan a ser también sujetos delictuosos. Los choferes de taxis y los autobuseros son frecuentemente víctimas de los ladrones y homicidas que, para despojarlos de sus carros, o para atracar a los usuarios, los matan o queman sus vehículos. El paro de transporte ocurrido en Valencia el pasado Lunes 26 de Marzo, con más de 900 unidades trancando el tráfico, ocasionó un congestionamiento de grandes proporciones y pérdidas materiales al no poder asistir a sus labores miles de trabajadores.
Hay zonas más peligrosas que otras, pero en ninguna parte se está a salvo del hampa, ni siquiera en la propia casa, bien sea del Este o del Oeste, del Norte o del Sur de las ciudades divididas en áreas más o menos influyentes. En las urbanizaciones los vecinos colocan alcabalas privadas, las cuales violan el libre tránsito por las vías públicas, pero se han hecho necesarias para poder vivir con un poco de tranquilidad. Hasta las plazas y parques se están enrejando porque no hay lugares seguros en donde la gente pueda caminar despreocupadamente, sin el temor a que alguien se acerque, pistola o cuchillo en mano, para arrebatarle la vida o sus pertenencias. En los barrios y en los centros urbanos la situación es peor, porque el pueblo no se puede costear vigilantes privados y muchos indefensos ciudadanos ni siquiera son noticia cuando los matan o les quitan el sustento del día. Lo acuchillaron para robarle la bicicleta, o lo mataron por un par de zapatos, son frases que ya no nos sorprenden cuando las escuchamos porque son corrientes en una sociedad que se ha vuelto agresiva y falta de valores religiosos, familiares y sociales.
Hasta hace pocos años atrás, los rateros entraban a robar cuando las viviendas estaban solas, o desvalijaban las casas de noche, porque se cuidaban muy bien de la policía. Aunque esas prácticas delictivas aún se ejecutan, las modalidades ahora son mucho más descaradas. Con gente adentro, en pleno día, la someten a punta de pistola, provocándolas al escarnio más vergonzoso al tirarlos al suelo para amarrarlos y atarlos frente a grupos armados o drogados que no respetan la dignidad humana, ni les importa los daños que ocasionan. Las invasiones se han extendido hasta las fincas campo adentro, sin que el gobierno nacional se pronuncie enérgicamente contra ellas y la diversidad de cuerpos policiales argumenta la falta de recursos y de apoyo logístico para combatir la galopante delincuencia.
La corrupción, la marginalidad, la paternidad irresponsable, la complicidad policial y judicial y la impunidad se enumeran entre las causas de tan aberrantes conductas, como también los programas de sexo y violencia que presenta la televisión más interesada en subir el rating que en educar y recrear, escuela del crimen y el desenfreno que entra en los hogares para pervertir las mentes juveniles. Abordar el problema como una verdadera cruzada nacionalista para revertir la tendencia agresiva hacia la armonía conciliadora es devolvernos la convivencia pacífica, estado natural que tendremos que reconquistar para poder vivir en comunidad.
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