La virulenta arenga política del presidente Chávez ha dividido al país en dos clases antagónicas, representadas claramente en quienes lo aclaman siguiéndolo ciegamente y quienes no lo soportan, hasta el punto de pedir su renuncia basándose en la pérdida de legitimidad, que se da cuando se violan los principios constitucionales y se miente para justificar acciones que no están a la altura de un Jefe de Estado.
En la Asamblea Nacional, transmitidas por los canales de televisión y divulgadas por los medios impresos, vemos a diario las interpelaciones que se le hacen a los diferentes ciudadanos que tuvieron participación en los lamentables sucesos del 11 al 14 de Abril, provocados por la marcha pacífica de la oposición que desde Chuao se dirigió a Miraflores para pedir la renuncia, o para dialogar y ser escuchada por el Presidente de la República. En esas agotadoras preguntas y respuestas está visible la herida profunda que se le marcó a la sociedad venezolana, incluidas las Fuerzas Armadas Nacionales, que fueron factor protagónico de tanta politización y manipulación a la que fueron sometidas en una situación tan confusa como la mascarada en la que se puso en juego la credibilidad del gobierno nacional.
Quienes apoyan al Presidente sostienen que lo que hubo fue una conspiración para dar un golpe de estado y llegan incluso a decir que se perpetraba un magnicidio. Los francotiradores estaban del lado de la oposición y los muertos y heridos fueron culpa de los oligarcas, que querían acabar con el proceso revolucionario y se valieron de Carmona Estanga para tomar el gobierno, con el fin de continuar beneficiando sus intereses mezquinos que lo que hacen es empobrecer al pueblo. Es una trama vil que trata de descalificar la protesta cívica para confundir a la opinión pública, pero que ellos sostienen descaradamente por aquello de que la mentira repetida muchas veces llega a convertirse en verdad. Para la oposición lo que hubo fue un vacío de poder, puesto que la renuncia del Presidente Chávez, presionado por una protesta pacífica que devino en tragedia por un mal manejo de la situación, fue anunciada al país por el propio General en Jefe Lucas Rincón y esa fue una realidad que se vio y oyó en toda Venezuela y en el exterior, de la cual quedaron los grabaciones.
La división de los venezolanos en chavistas y antichavistas ha hecho que se haya tomado la calle como campo de luchas colectivas, con marchas en las que se enarbolan pancartas y consignas de apoyo o repudio a las políticas gubernamentales y, cada vez que lo hacen, se producen dos marchas simultáneas: los bolivarianos con sus boinas rojas y su lenguaje procaz, personificado en Lina Ron, se enfrentan a los “escuálidos” que no aguantan ya más tantos desmanes cometidos en nombre de una supuesta revolución tan fuera de contexto histórico como equivocada en el logro del bienestar social.
Fomentar el odio de clases es peligroso, porque se encienden las pasiones de la ira y el resentimiento, haciendo que las clases desposeídas vean en quienes tienen propiedades o gozan de bienes económicos a enemigos potenciales, contra quienes tienen que luchar y no a personas capaces de generar riqueza con su trabajo productivo, o de establecer términos de una sana competencia a través de la igualdad de oportunidades, que en los países verdaderamente democráticos se logra con el estudio y la superación personal. Si de algo nos hemos preciado los venezolanos ha sido del igualitarismo que prevalece entre nosotros y del trato cordial que ha existido entre las diferentes clases sociales, sin racismo, discriminación ni mucho menos servilismo. La corrupción y la especulación son delitos contra los que el país tiene que luchar y para ello la acción del gobierno debe ser muy dura, pero de allí a sembrar la idea de que quienes tienen propiedades es porque se las han quitado a otros hay mucho trecho sembrado de una semilla ponzoñosa que sólo podría causarnos mucho daño.
No quiere decir eso que el aumento de la pobreza a niveles tan altos no nos deba preocupar, ni podemos negar que el desarrollo que hemos tenido ha sido desigual, desbordado
ahora en los círculos chavistas que bajaron de los cerros de Caracas armados con palos, piedras y balas para descargar un odio social atizado por un populismo que, lejos de contribuir con el progreso, lo que está haciendo es ahondar aún más las diferencias, puesto que la pobreza no se combate con palabras sino más bien convocando a la unidad nacional y ejerciendo la eficiencia gubernamental.
Venezuela, a pesar de tanta división, va a salir fortalecida con la participación activa de los ciudadanos en la búsqueda de la verdad y en la exigencia del respeto a los valores democráticos. El Fiscal General de la República, Isaías Rodríguez y el Vicepresidente, José Vicente Rangel deberían poner sus cargos a la orden para comenzar la reconstrucción nacional.
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